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LOS MUNDOS Y LOS DÍAS (POESÍA 1972-1998) DE LUIS ALBERTO CUENCA

LOS MUNDOS Y LOS DÍAS (POESÍA 1972-1998) DE LUIS ALBERTO DE CUENCA

 

PEDRO GANDÍA / Debats, Valencia ― 11/1999

 

 

“Ciento noventa años y medio después del nacimiento de Gérard de Nerval en la ciudad de París”, así reza el crédito final de este libro, Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950) nos entrega de nuevo, revisada y corregida, su obra poética publicada hasta hoy. Son Los mundos y los días (Madrid, Visor, 1999) de un soñador sensitivo, centrado en su yo hipersensible e impresionable, que todo lo representa en modernos endecasílabos y alejandrinos y haciendo gala de un maravilloso sentido del humor. En lo más profundo de sus versos late un romántico “moderno”, es decir, el poeta que enmascara su yo apasionado y sentimental con el distanciamiento, la ficción autobiográfica, un tanto nervaliano en esto último. No en vano Luis Alberto de Cuenca abre y cierra esta entrega citando, con voluntad de homenaje circular, al autor de Las Quimeras, el poeta más moderno y puro del Romanticismo francés: el libro se abre con el verso final de uno de los sonetos de “Cristo en los Olivos”, de cuyo segundo hemistiquio toma el título para este volumen, y, por esa misma voluntad, lo cierra con el crédito apuntado al principio.

            Hay en Luis Alberto de Cuenca un estimulante amor por la vida y, particularmente, por lo que pueda adueñarse de su imaginación. En sus mundos y sus días, las experiencias vividas y lectoras se confunden para desafiar la realidad y su vacío. Personajes del celuloide, del cómic, de la literatura, de la historia, imaginarios y reales, de la memoria común, pero también seres próximos de su vida cotidiana, amigos especialmente, amantes, y personajes anónimos pueblan, elevados a la categoría de mitos, sus versos. De la experiencia vivida, de la experiencia lectora y de la experiencia soñada con los ojos abiertos, consigue la materia poética con que ilustrar su visión del mundo. Muchos de sus poemas adoptan el tono del desahogo o la expresión de su ego maltrecho, pero siempre con esa teatralidad diríamos bechtiana, en lo que respecta a la distanciación e incluso por ese manejo de lo popular y lo culto, lo moderno y lo antiguo, lo universal, para crear, según las ocasiones, el poema.

            Los mundos y los días se abre con Elsinore (1972), paseo por el amor y la muerte en tomo culturalista. En Scholia (1978), ese culturalismo se ironiza para ser abandonado en Necrofilia (1983), a favor de la experiencia cotidiana, donde el lenguaje irrumpe coloquial. Es a partir de La caja de plata (1985), Premio de la Crítica de aquel año, cuando a Luis Alberto de Cuenca se le empieza a considerar verdaderamente; hasta entonces, los antólogos apenas se habían hecho eco de su obra. Pasado el tiempo, hay quien ha llegado a valorar este poemario como un libro que creó escuela a la manera de Arde el Mar en su día.  Los poemas de La caja de plata representan la realidad falsificándola, pues no hay otro modo de decirla; así, el yo poético deviene también ficción. Todo ello se radicaliza en El otro sueño (1987), donde Luis Alberto de Cuenca echa mano de moldes y tópicos y fórmulas comunes; el folklore andaluz, el escandinavo, la épica clásica, todo sirve al poeta para representar el sueño en la vida, la vida como sueño, el juego de soñar un sueño dentro de otro sueño. En El hacha y la rosa (1993), continuará en esta línea de realidad y ficción como representación de la existencia cotidiana, valiéndose también de variaciones de topoi literarios. De Por fuertes y fronteras (1997), poemario en gestación, nada que añadir a lo dicho.

            Los mundos y los días demuestra sobradamente al poeta que ha sabido crearse una voz propia, que domina su estilo ―la palabra, la música y la imagen―. ¿Qué podría aún pedírsele? ¿Tabula rasa y nueva identidad? A Luis Alberto de Cuenca no le faltaría ni oído, ni inteligencia, ni sensibilidad para afrontar con éxito la empresa.